*En este artículo analizamos las relaciones Occidente- Oriente, bajo el prisma que el primero constituye un lugar de enunciación donde se divide y se da identidad al resto del mundo.
Luis Felipe Caneo
Cuando hablamos de
Orientalismo son tres las acepciones que se pueden utilizar, según plantea
Edward Said en su libro Orientalismo: es un modo de interactuar con Oriente
tomando en cuenta el lugar especial que éste ocupa en la experiencia de Europa
Occidental, esto por ser fuente de sus civilizaciones y lenguas; Orientalismo
como una forma de pensamiento centrada en la distinción ontológica y
epistemológica entre Occidente-Oriente y finalmente bajo la perspectiva de una
institución colectiva cuyo fin es relacionarse con Oriente mediante
declaraciones, adoptar posturas, describirlo, enseñarlo etc. Es así como queda
en evidencia el hecho de las múltiples realidades a las cuales se alude al
mencionar el término Orientalismo.
Es en este contexto donde está inserto
la primera parte del libro ya mencionado, llamada “Ámbito del Orientalismo”,
oportunidad en la cual analiza y reseña parte del desarrollo de esta
disciplina: un despliegue del ser en el mundo, como diría Heidegger, bajo una
secuencia de nacimiento, crecimiento, desarrollo y degeneración.
El Orientalismo nació como una
disciplina producto de la necesidad de conceptualizar una relación con otro
diferente, cuya realidad socio-culturales distinta a la propia. De ésta manera,
lo oriental era la forma a través de la cual se designaba a Asia o el Este
desde un ámbito geográfico, moral y cultural. Otro diferente que adquiría
inteligibilidad e identidad por la acción de Occidente que contiene y
representa, es decir, su ser nace a partir de una construcción de las
estructuras dominantes del período en cuestión.
Lo anterior queda reflejado en los debates
realizados en el Parlamento Británico a raíz de la presencia inglesa en Egipto
y la resistencia que ello generaba en la población nativa en algunos casos.
Balfour habla no sólo apoyando la continuidad en el país oriental sino también
alude a la construcción de un discurso de los egipcios como una raza inferior
que no es capaz de hablar por si misma. Una supremacía evidenciada por Balfour
cuando habla de “nuestro conocimiento de Egipto”, o sea, aborda el conocimiento
desde un punto de vista de elevación por sobre las contingencias inmediatas con
el fin de alcanzar una realidad extraña y, al mismo tiempo, distante.
La
interacción continua entre las estructuras dominantes y los sometidos queda de
manifiesto en que el Orientalismo en cuanto a instituciones y contenido
experimenta un progreso en el período de mayor expansión europea. Es importante
señalar que a finales del S XVIII y principios del denominado “Siglo Decimonónico”
hubo un resurgir del Orientalismo, producto de la invasión de Napoleón a Egipto
en el año 1798 y en donde es posible ver una acción de apropiación de una
cultura.
Siguiendo
con la lógica de etapas del Orientalismo, nos encontramos con el crecimiento de
esta disciplina reflejado en lo que Said llama “Geografía imaginaria y sus
representaciones”, o sea ¿cuales son las acciones para poder orientalizar lo
oriental?. Cabe señalar que la existencia formal del Orientalismo en el
Occidente Cristiano se remonta a la decisión adoptada por el Concilio de Viene
que estableció diversas cátedras de árabe, griego, hebreo y siriano en ciudades
como Paris, Oxford, Bolonia, etc.
El Orientalismo se asocia con las
geografías imaginarias en el sentido que es una conducta tradicional de
nuestras mentes establecer un espacio familiar propio y una zona no familiar
asociada a otro, con lo cual se generan
distinciones geográficas arbitrarias del hombre. Bajo este contexto, desde la perspectiva
de Europa, Oriente se convirtió en una idea que claramente superaba los límites
del conocimiento empírico que se lograba a partir de el y por lo cual, en
ocasiones, se asociaba con lo exótico: todo lo anterior se expresa en una
imagen de una Europa poderosa y con capacidad para poder expresarse versus un
Asia desterrada y distante, esto último respondía a un interés por parte del
Viejo Continente de controlar un Oriente temible porque era una zona
desconocida.
Lo interesante de este asunto es analizar
el rol que juega la Otredad en estas temáticas, tomando como base las tres
reacciones identificadas por Todorov en su libro “La Conquista de América, el
problema del otro”, de los sujetos
frente a realidades culturales diferentes: juicio
de valor (es decir, si el otro es igual o inferior a mí.), la acción de
acercamiento o de alejamiento en relación con el otro y, finalmente, el dilema
de conocer o admirar la identidad del otro. La mirada de Europa en relación a
Oriente es de ver a los habitante del otro lado del mundo como seres inferiores
a mi raza, es decir, un juicio de valor negativo; hay claramente una acción de
alejamiento de la realidad Oriental que se ve concretado mediante el
Orientalismo donde Occidente, desde su posición de lugar de enunciación, le da
materialidad e identidad a Oriente y, en última instancia, vemos que en
Occidente no hay una disposición a entender y conocer los componentes de la
Identidad Nacional sino más bien establecer un escenario donde Oriente en su
conjunto está encerrado y desde este espacio limitado aparecen figuras que
representan el todo.
El
Orientalismo en su conjunto, señala Said, influye a Oriente mismo en el sentido
de ésta disciplina como un lugar de enunciación; al Orientalismo en su modo de
expresarse en el mundo y al consumidor Occidental de Orientalismo. Una
influencia en distintos ámbitos que tiene su desarrollo en empresas de
apropiación de culturas, como es el caso de la conquista de Napoleón de Egipto
en el año 1798, la cual será analizada en los siguientes párrafos.
Oriente hasta el Siglo XIX se convirtió
en un lugar para Europa de hegemonía y
dominio continuo, pero no siempre la realidad fue así: el Islam se transformó
en una amenaza real para la Cristiandad Europea por su proceso de expansión
territorial la cual llegó a su fin en la Batalla de Lepanto en el año 1571. Ésta
situación nos habla de un Oriente Islámico, de un oriente militante donde el
Califa pone la religión como medio de legitimación del poder político: la idea
es que a partir de las normas presentes en el Islam de carácter éticos-morales deben guiar al hombre
a encontrarse con Dios en una interacción directa. Lo que vemos aquí es la
dimensión religiosa y temporal que explica, al final de cuentas, el proceso de
expansión oriental y la interacción Occidente-Oriente que experimenta un
quiebre con la invasión Napoleónica a Egipto y Siria a fines del Siglo XVIII:
esta empresa de conquista significó que por primera vez en la historia Oriente
se visibilizaba en el contexto europeo mediante la materialidad de sus textos,
lenguas y civilizaciones, lo cual trajo como consecuencia el establecimiento de dimensiones
intelectuales e históricas precisas que permitieron consolidar la imagen de una
Asia con una gran inmensidad geográfica y distante en comparación a Oriente.
En este proceso de conocimiento sobre Oriente
se hacía en base a llevar a cabo un estudio detallado de los textos clásicos
referentes a Oriente y luego aplicar las ideas en el Oriente Moderno, todo esto
tenía como fin poder rescatar una parte gloriosa del pasado clásico de Oriente.
Un ejemplo de lo anterior fue la utilización, por parte de Napoleón, de un
libro detallando la historia y geografía de Egipto de Volney, el cual le sirvió
de fuente referencial para posteriormente conquistar el país ya citado. Un
proyecto de conquista, comenta Said, que fue realizando sus primeros pasos
hasta convertirse en realidad en la mente de Napoleón para luego seguir a
través de los preparativos de conquista. Se quería poseer la realidad, donde
nuevamente entra en juego el rol de ente de enunciación de Occidente. La
proyección de la conquista de Egipto dice relación con la experiencia moderna
de Oriente, donde ésta cultura no sólo estaba por primera vez estaba accesible a los
investigadores europeos sino también permitió superar el realismo descriptivo
del ayer permitiendo, en definitiva, constituir un lenguaje y un medio de
creación.
Esta fascinación por Oriente como un
lugar exótico comienza a ser cuestionada a finales del Siglo XIX y el siglo XX,
hay una decepción porque el Oriente Moderno no es que los textos reseñan y por
lo que surge un conflicto entre la realidad concreta de esta parte del
mundo y la imaginación en torno a ella
que en ocasiones da como resultado un regreso a la imaginación. Hay una
desmitificación de Oriente, reflejada además en el desarrollo de una crisis en
la historia del pensamiento occidental en cuanto al Orientalismo porque los
múltiples movimientos de liberación nacional de Oriente provocaron estragos en
la imagen de un Oriente sometido. ¿Dónde estaban esos seres sometidos, incapaces
de expresar sus necesidades por si solos? era la pregunta que rondaba en el
ambiente, una interrogante que nos habla de la disparidad existente entre la
realidad y los textos.
En definitiva, lo que hemos querido
reflejar en estas páginas ha sido la trayectoria en el tiempo del Orientalismo,
donde la constitución de ésta disciplina fue la forma que Occidente escogió
para poder conceptualizar su relación con otro diferente desconocido y, en
consecuencia, temible. El gran dilema del Orientalismo en cuanto disciplina fue
no haber tomado conciencia de la disparidad existente entre los textos y la
realidad, cuestión que, al final de cuentas, provocó la creación de una ficción
que dio como resultado la decepción de las personas en el Siglo XX porque no
tenía el necesario componente de realidad que toda construcción discursiva debe
contar
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