domingo, 27 de enero de 2013

Carta de un abuelo a sus bisnietos




*Continuando con la serie de cartas que nuestro colaborador, Horacio Flores Serrano, le escribe a sus bisnietos, hoy critica fuertemente la cultura actual centrada en el consumismo como factor clave del día a día en la vida de muchas personas.



¿Por qué he tardado tanto, amadísimos bisnietos, en escribirles? Esperando motivos optimistas, alegres, que me permitieran destacar buenas acciones en el cotidiano vivir de este Chile amado y de este mundo donde la humanidad tendría que ser humana, libre, llena de amor Cuando lean esto y lo comprendan sepan que ustedes tuvieron una suerte inconmensurable, padre y madre y familias materna y paterna que los amaron, cuidaron y atendieron con fervorosa dedicación.


En la actualidad una importante mayoría, a nivel mundial, no considera el tránsito de nacimiento a muerte como una oportunidad de existir teniendo conciencia de ello, es decir de vivir. Las piedras, rocas, metales, agua, petróleo, viento, calor y miles de cosas más existen sin tener conciencia de ello. Nosotros, por el contrario, tenemos conciencia de existir, es decir vivir y por eso hacemos planes, crecer, estudiar, capacitarnos para entregar nuestro aporte a la colectividad, unirnos a una bella o a un apuesto del otro sexo y formar familia y disfrutar  viendo como esa familia inicia su propio ciclo en un mundo que cada vez ofrece mayor conocimiento y más avanzada tecnología.


En la introducción del segundo párrafo les hago notar que una importante mayoría perdió la brújula, no existen para vivir sino para ser esclavos del uso y consumo de bienes materiales, al extremo de usar su tiempo libre visitando los enormes templos o palacios del consumismo, llamados malls,  retails o grandes tiendas, para ver que hay para comprar. Es decir ya no se va de compras para llenar una necesidad sino para pasar el tiempo. ¿Es que sobra el dinero?  Los creadores y aprovechadores del consumismo han inventado formas de crédito que esclavizan a los consumistas entregándoles para que paguen  a futuro cualquier chuchería o bagatela que cuando lleguen a casa dejaran olvidada en cualquier lugar.


Ahora los promotores del nefasto consumismo están dañando la mente y la personalidad humana. Es común observar como las personas se violentan y reaccionan agresivamente ante cualquier palabra o gesto que no agrade, haya comportamientos prepotentes y actitudes belicosas exagerando lo que no iba más allá de ser un simple descuido. ¿Qué puede alterar los nervios a tal extremo? La invasión de la mente. ¡Eso es lo que están haciendo todos los supermercados, malls y grandes tiendas! Invaden las mentes con música carente de armonía y volumen que debe estar en el límite o más allá de los decibeles permitidos. La mente invadida sólo piensa en comparar precios, calidades, aspectos, del artículo. El estruendo e incomodidad de la música lo limita  a que su pensamiento se de vuelta exclusivamente en comprar y le impida estudiar los inconvenientes de otra deuda,  escasa justificación, o ninguna, de llevar algo que por tenerlo en las manos le cuesta dejar. Posiblemente al salir de la gran tienda su mente y sus nervios le agradecen el descaso del estruendo de la seudo música y su conciencia no analiza que el daño a cerebro y nervios puede ser acumulativo tal como los rayos solares a la piel. En su próxima visita a un templo del consumismo la música que intenta entontecerlo lo cogerá más pronto y profundo.


Quienes tienen la obligación de disponer que la música ambiental de los lugares públicos sea melódica y de baja sonoridad son nuestros legisladores y ello los obliga a enfrentarse con el poderoso y temible Don Dinero. La esperanza que la humanidad supere esta etapa de consumismo equiparada en daño y peligro a lo peor que tuvo la Edad Media son ustedes, los niños de hoy, cuya inteligencia asombra y que están por donde quiera que los busquemos. Cuando los cientos de miles como ustedes hayan terminado con el sistema de que todo el dinero fluya en corrientes hacia diques capitalistas,  amados nietos míos, espero que a mi espíritu le sea permitido aplaudirlos. 

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