* Continuando con las escritas escritas por nuestro colaborador Horacio Flores Serrano, un activo adulto mayor, en esta ocasión la reflexión de la misiva es sobre los cambios que significan en la práctica el aumento considerable de los abuelitos en la sociedad chilena.
Tu amante
proveedora láctea te leyó mi carta uno y concluyó en que eras una atenta oidora
que pedía más leche y más palabras. Mi propia conclusión es que al fin encontré
quien me escuche aún cuando ello sea en segundo lugar, las chupetadas primero.
Llevo años de tenaz
lucha en pro de mis pares, los usuarios y supuestamente beneficiados con el
eufemismo –adultos mayores- en sustitución del noble vocablo vejez que nombra
el extremo opuesto de la vida humana donde tu estás: Niñez.
Sostengo y admito
que en esto pueda ser injusto o ignorante de beneficios pro adulto mayor pero
como lo veo lo digo, sostengo que a través de nuestro país hay miles de
funcionarios hablando por los adultos mayores porque les ha caído en suerte una
peguita para la que carecen de preparación e interés. En futuras cartas te
relataré con detalles experiencias frustrantes por ahora sólo te daré a conocer
dos necesidades que debieron haberse empezado a satisfacer no ayer sino hace
diez años. Hemos aumentado, los viejos, tanto que ahora hacia donde miremos
vemos bastones, canas, humanos desplazándose con lentitud e inseguridad superados por el apresuramiento
moderno, desconcertados por tanto solitario que camina hablando y gesticulando
a un ingenio que lleva en la mano o ha tapado sus oídos aislándose del mundo que lo
cobija. Esos bastones, canas o
calvicies, lentes y audífonos que brindando el máximo posible prestan una ayuda
insuficiente necesitan sentarse. La resistencia al peso atmosférico, algunos
gramos menos de un kilo por centímetro cuadrado ha disminuido sumándose a un
corazón que ha estado latiendo entre sesenta y setenta por minuto durante
ochenta años. ¡Por favor un asiento! En la calle, en la oficina pública, en las
grandes, medianas y pequeñas tiendas. Condiciones ideales de los asientos: Los
de las calles, parques y plazas firmes para que los vándalos necesiten una
poderosa carga de dinamita obligando a los viejos ir a sentarse a sus casas. Con respaldo que facilite una apoyadita y
pestañadita. De altura prudente para que el descansado pueda pararse por las
suyas, de lo contrario tendría que crearse un gremio de auxiliares que
tendieran la mano y empujaran el ánimo con un entusiasta – ¡Arriba poto
pesado!- De todos modos se va a crear
uno de proveedores de cojines y escuchar las protestas de los viejos y viejitas
lindas -¡Con esta inflación ya no se
puede vivir, trescientos pesos por quince minutos de cojines es demasiado! En
los recintos cerrados vivo el ojo con los olvidadizos, son incontables las veces
que he olvidado mi bastón, lo dejo en un lugar y me advierto severamente –Esta
vez no te olvido- Lo recuerdo horas más tarde y en lugares distintos. Siempre,
gracias a Dios, alguien me lo ha guardado y devuelve.
Parece que la
cultura chilena provejez está en el camino correcto, son más frecuentes y más a
la vista las manifestaciones de ayuda y simpatía que las contrarias, los
vándalos aludidos no son antiviejos sino antisociedad civilizada y a nosotros nos
corresponde no pretender ni exigir mimos o tratamientos especiales por la
disminución de capacidades ya que, en este mundo moderno todos viven con sus
propias prisas y preocupaciones.
Catalina querida
una próxima mamada tuya va a ser escuchando otra necesidad de los adultos mayores de la que tampoco se
ha hecho la debida mención. Un beso y hasta la vista.
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