*Nuestro colaborador, Horacio Flores, quiere compartir con nosotros una historia de su infancia: un recuerdo de hace 8 décadas de como se celebraba la navidad en nuestro país, Chile. Una linda historia que nos habla del recogimiento familiar que tanto falta por estos días para estas fechas.
Absolutamente desusado, nosotros en pie a las 10 de la noche vistiendo, mi hermanito menor y yo, camisa, pantalones y sandalias nuevas y mi hermanita también estrenando vestido y sandalias.
La llamaban Cena de Navidad, todo común y corriente que nos parecía, no, no nos parecía, era lo máximo posible en una fiesta. Sopa de fideos y un trozo de pollo al horno, su dorado era diferente, mucho más apetitoso, con guiso de verduras que la mamá conseguía hacer aparecer y gustar como “de cena de navidad” y chocolate con leche más, tampoco lo van a creer, un trozo de torta. Sin música, no teníamos vitrola, en el barrio nadie tenía una y su existencia era conocida sólo de palabra, de la radio aún todavía no había noticias. La mamá entonaba villancicos que coreábamos con entusiasmo.
Terminada la cena la orden paterna -Los niños a acostarse.
–No mamá. !No!
La mamá, con dulce severidad –Obedezcan al papá. Si no se acuestan y se duermen el Viejito Pascual no les dejará juguetes, ¿Dejaron los zapatos en el patio? Ya, Ya, a la cama, a dormirse. A mi hermana una muñeca ¿Una Barbie? No, mucho mejor, la gente mal hablada las llamaban “muñecas de trapo” Realmente el cuerpo, brazos y piernas eran de género relleno con algodón y la carita, manos y pies, de loza, había que cuidarlas porque si caían sobre algo duro se quebraban. El vestido era hermosísimo, mi hermana aseguró –Cuando sea grande tendré un vestido como este.
Para mi hermano un camión de madera, también los mal hablados decían –“de palo”. Era una reproducción perfecta de un camión último modelo, 1928.
Para mi un monopatín, pudiera ocurrir que la palabra lo despiste, se trata de un vehículo de dos ruedas con una plataforma para apoyar un pie mientras el otro fuerza un impulso desde el suelo. Ahora los llaman skate. No son mal hablados, son modernos.
En todos los zapatos, caramelos, un paquete de galletas y una pequeña barra de chocolates. Maravillosa Fiesta
Al otro día, almuerzo de Pascua, vendría el compadre Enrique con la comadre Clara, se les esperaba temprano, a las 10 o poco después con las empanadas recién cocidas, aún dentro del horno de barro que yo había tenido que dejar listo para encender, en la mañana del día anterior, con papeles arrugados y ramas secas. Finalizado el desayuno de los grandes, muy reído, conversado y para nosotros interminable, la invitación que ya nos parecía no iba a llegar nunca: Niños, vengan a recibir los regalos de los compadres Para los más pequeños, cuadernos de dibujo, lápices de colores, sacapuntas y goma, para mi lo mismo más un libro:La Reina del Mar, de Emilio Salgari, lo tomé con reverencia, como a una cosa sagrada y miraba a todos con incredulidad, ¡Yo era propietario de un libro! Mi madre me lo pidió y en sus ojos había una severidad que me obligó a entregarlo sin protestas.
Le dio una revisada que duró siglos y me lo devolvió sonriendo. Entendí que recién ahora, después de su aprobación, podía ser mío.
En realidad el Viejo Pascual existe, sin casaca roja, barba cana ni saco de juguetes, existe en usted y en mi cuando podemos proporcionar felicidad a otro.
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