jueves, 16 de septiembre de 2010

Chile del ayer: Recordando el comercio de antaño

*En la proximidad del Bicentenario Patrio, nuestro colaborador, Horacio Flores Serrano, se da tiempo para recordar el comercio del ayer en nuestro país.



*Mirando al pasado, el comercio de nuestra niñez y juventud fue romántico, personalizado, humano. Algo no presente hoy en día. Por Horacio Flores Serrano.


Puede servir que los adultos mayores dejemos constancia, como testigos del pasado que se despedaza y desaparece sin que siquiera podamos decir “ante nuestros ojos”; lo que hoy estaba aquí mañana no está y nadie tiene una respuesta clara y solamente algunos dubitativos: -Parece que…, -A lo mejor… Con un empleo del vocablo “mejor” muy equivocado, lo correcto tendría que ser -A lo peor… porque cada vez eso ha ocurrido: lo peor.

Mirando al pasado, el comercio de nuestra niñez y juventud fue romántico, personalizado, HUMANO. En mi barrio el almacén de la madama, apelativo que para todos los cabros del barrio tenía connotación de nobleza; era viuda, madre de tres muchachas que ya estudiaban humanidades, hablaba con marcadísimas zetas. El local tenía un mostrador a todo lo ancho equipado con una pesa, un conjunto de medidas para aceite y vinagre y una portezuela para pasar de detrás del mostrador al local con sacos y barriles de mercaderías y arrimado al muro del frente un mueble de madera, hondo y con divisiones para carbón y carboncillo de espino y al lado para carbón blanco, más barato, al lado leñas, también separadas por calidades, la más cara y preferida era la de talhuén; continuaba, siempre pegado a la muralla, un tambor con parafina. Toda la instalación de combustibles contaba con sus propios equipos de medidas. Detrás del mostrador el muro estaba cubierto por una estantería, en la parte de las latas dos golosinas que no llegaban muy a menudo por nuestra casa: leche condensada y cocoa Raff. También una rareza, duraznos enlatados, rareza porque en el patio de mi casa había cinco variedades de muy exquisitos duraznos. Continuaba una acomodación de galletas, las había de vino, maría y limón. Cuando me mandaban a comprar alguna de ellas ya sabía, vendrían visitas, También sabía que quedarían para nosotros los niños, las visitas iban a preferir los horneados y batidos caseros.

Había en las cercanías dos almacencitos pequeños, los llamaba boliches, vendían mucho “con libreta” una forma de crédito basada en el cumplimiento de la palabra, pertenecían y sin que fuese su intención, a lo que hoy llaman Red de Protección Social, tuvimos oportunidad de ver como la libreta salvaba del hambre a las familias cuyo jefe de hogar había caído a la cesantía que no revestía el carácter de tragedia como hoy, el máximo de duración cesante era de un par de semanas. También los boliches tenían algunos artículos que la madama no trabajaba, hilos, agujas , alfileres y algunos artículos de tocador, jabones, peinetas y peines, colonias baratas.

En el barrio teníamos dos carnicerías, la de los chinos, de precios más económicos y donde algunos jefes de hogar prohibían comprar por dudas en la procedencia de las carnes que vendían. La otra, de un carnicero apellidado Negrete, si se sabía que traía sus carnes del matadero municipal. Negrete fue el primero, en todo el barrio, en comprar una radio, los domingos por la tarde la instalaba sobre una mesa en la vereda y sintonizaba partidos de fútbol. Cómo disfrutamos los goles que pasó en el sudamericano de Montevideo Raúl Toro, el astro máximo del fútbol, que se escribía foot ball y se pronunciaba, bueno, cada cual como podía. El acentuado ruido de fritanga de la transmisión radial dejó pasar claritas las palabras gol y el nombre del glorioso ejecutante.

Otros negocios, los zapateros remendones que ponían medias suelas o suelas enteras, entaquilladas o cosidas, el plazo, si no estaban recargados de trabajo era cuatro días. Los talleres de bicicletas donde las arrendaban desde media hora hasta varias, exigencia: dejar el carnet (ahora es carné) de una persona familiar o vecina, los niños no teníamos carnet. Muchas veces tuvimos el dilema de o arrendar bicicleta o ir a la matinée del domingo. Para compras de librería había que salir del barrio, caminar entre ocho y diez cuadras, hasta Mapocho y El Tropezón, la madama solamente tenía cuadernos, lápices y gomas. También en el sector de El Tropezón estaba el cine , paqueterías y una mercería cuya denominación fue después ferretería y ahora Easy y Home Center.

Con nostalgia y un apretoncito a los sentimientos recuerdo los comercios que empecé a conocer en Rancagua desde 1947 y que fueron tragados por el comercio gigante: Bruno Stephani, Artex, Casa Gabriel Fuentes, Francisco Gennaro y tantos otros en artefactos domésticos, la Casa Real en ropa interior, camisas y sombreros de varones y las ferreterías que resistieron heroicamente y defendieron la fuente de trabajo de sus empleados tanto como les fue posible, sin intentar nombrarlas a todas Ferretería Olivares, Orueta, El Candado, Irrazabal Hemos olvidado muchos nombres, injusticias de la vieja memoria y no pretendemos afirmar la sentencia -“Todo tiempo pasado fue mejor” pero sostenemos que el comprar y vender fue personalizado, con matices románticos que echamos de menos.

Hubo en el pasado y hay en el presente personas que descalifican a los comerciantes y los motejan con nombres ofensivos, la Cámara del Comercio Detallista contesta:

Tengo las manos ásperas pero hay pan en mi mesa.

Tengo las manos ásperas pero hay luz en mi casa.

Tengo las manos ásperas… no me espanta su aspereza.

Después de haber pulido las faz de las estrellas que ásperas las manos le habrán quedado a Dios.


Consorcio

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